En el año 2010 se estrenaba la película Camino a la libertad, dirigida por Peter Weir e interpretada entre otros por Colin Farrell y Ed Harris. En ella, se relata la fuga de unos prisioneros de un gulag soviético, en los años de la II Guerra Mundial. La película está basada en el libro (1955) La larga marcha, escrito en primera persona por el polaco Slawomir Rawicz, prisionero de guerra polaco en un gulag. Sin embargo, investigaciones realizadas por la BBC en 2006 demostraron que la historia de Rawicz era falsa, y diferentes documentos encontrados certificaban que, en realidad, fue puesto en libertad por los soviéticos. Para enredar más las cosas, en el año 2009 un antiguo soldado polaco, Witold Glinski, afirmó ser el protagonista del libro de Rawicz. Existen también declaraciones de soldados hindúes que afirmaban haber rescatado a prisioneros fugados de gulags y después de atravesar el Himalaya. Por tanto, la conclusión es que sí hubo prisioneros que huyeron de los gulags pero sigue estando en duda su verdadera identidad.
Se considera la versión de Glinski como la más fiable, y a ella me voy a ceñir, con las debidas reservas.
Witold Glinski
Witold Glinski era un adolescente polaco que vivía en la ciudad fronteriza de Glebokie
cuando su país fue invadido por la Unión Soviética en 1939. Recordemos
que para esa época los soviéticos eran aliados de Hitler. Fue arrestado
junto a toda su familia y luego separado de sus padres. Lo acusaban de
hacer espionaje para el enemigo y lo llevaron a la prisión de Lubianka en Moscú, y con apenas 17 años de edad fue condenado a 25 años de trabajos forzados en un gulag
de Siberia. Para Witold a su corta edad esta sentencia era
prácticamente una pena de muerte y él lo sabía. Había escuchado sobre
las terribles condiciones de trabajo en aquellos campos de los cuales
nadie salía vivo, tenía muy claro que sólo podría esperar la muerte o
intentar escapar. Con este sombrío panorama Witold comenzó a planear su
fuga en febrero de 1941 cuando fue trasladado al Campo de trabajos
forzados 303 de Irkutsk, ubicado 400 millas al sur del Círculo Polar.
Desde el mismo momento en el que puso los pies en el nevado terreno de
Siberia, el joven polaco aprovechó su inteligencia para memorizar mapas y
entablar relaciones de cierta confianza con los guardianes del campo.
Del mismo modo, Witold Glinski supo esperar pacientemente a que se
dieran las condiciones ideales para su fuga, que se produjo el 9 de
abril de 1.941 en medio de una intensa tormenta de nieve.
Valla similar a la que tuvieron que atravesar
Perfectamente consciente de que los guardias soviéticos no iban a
abandonar sus barracones en medio de una ventisca como aquella, Witold
corrió hacia la alambrada que marcaba los límites del campo aprovechando
que la copiosa nevada cubría sus huellas. Una vez allí cavó rápidamente
un pequeño túnel y se introdujo por debajo del alambre de espino para
después correr hacia el bosque. Lo que nuestro protagonista no había
tenido en cuenta era que, pese a que los guardias no habían advertido
sus movimientos, otros presos sí que lo habían hecho y le habían seguido
colándose por su túnel. Lo que un principio se había planeado como la
fuga de un sólo hombre se transformó en cuestión de minutos en la
carrera contra la muerte de siete prisioneros casi sin comida y
nefastamente pertrechados.
Durante dos noches corrieron a campo traviesa sin pausa y se escondían durante el día para comer y tratar de dormir algo. No había señales de persecución, la nieve había cubierto sus huellas, y hasta aquí, la elección de la ruta de escape hacia el sur parecía ser la correcta.
Los siete fugitivos establecieron un sistema de caminata. Un hombre iba al frente abriendo el sendero por el bosque, y dos al final del grupo iban borrando las huellas con ramas de pino.
La primera vez que se sintieron a salvo y realmente pudieron descansar fue luego de cruzar el Río Lena, y fue también ahí donde probaron el primer alimento fresco después de nueve días, un pez que capturaron a través de un hueco sobre el hielo.
Casi no se conocían entre ellos. Smith era un misterioso estadounidense que había estado trabajando como ingeniero en Moscú, cuando fue detenido. Batko era ucraniano, buscado por asesinato en su país natal, musculoso y decidido; siempre actuaba con fiereza. Zaro era propietario de una cafetería en Yugoslavia y los otros tres eran soldados polacos.
Se dieron cuenta que para sobrevivir dependían los unos de los otros, y
Witold se hizo cargo del grupo. Como creció en una zona rural de su
país, había aprendido qué plantas y hongos eran comestibles,
tenía conocimientos de pesca y sabía algo de cazar animales con trampas.
Cierto día encontraron un venado atrapado en una quebrada. Esto les
proveyó de comida durante varios días y con su piel se inventaron unos
rudimentarios calzados porque ya no soportaban el dolor producido por
las botas que les dieron en prisión.
Durante dos noches corrieron a campo traviesa sin pausa y se escondían durante el día para comer y tratar de dormir algo. No había señales de persecución, la nieve había cubierto sus huellas, y hasta aquí, la elección de la ruta de escape hacia el sur parecía ser la correcta.
Los siete fugitivos establecieron un sistema de caminata. Un hombre iba al frente abriendo el sendero por el bosque, y dos al final del grupo iban borrando las huellas con ramas de pino.
La primera vez que se sintieron a salvo y realmente pudieron descansar fue luego de cruzar el Río Lena, y fue también ahí donde probaron el primer alimento fresco después de nueve días, un pez que capturaron a través de un hueco sobre el hielo.
Imágenes de gulags siberianos
Días antes de llegar a la frontera con China les ocurrió un suceso que
todavía se mantiene vivo en la memoria de Witold. En medio del camino
encontraron a una aterrorizada joven polaca de 18 años llamada Kristina Polansk, que había huido descalza por el bosque. Estaba escapando de los rusos que habían matado a su familia y tratado de violarla.
"Estaba muy sola y angustiada y cuando inspeccioné su pie supe enseguida que tenía gangrena", dice Witold. "Yo no quería cargar con una niña enferma, pero ¿qué podía hacer?.
"Hice mocasines para ella con el resto de la piel de venado, y la llevé en una camilla de palos con hierba seca".
"Pero cada día se puso peor. Su pierna se volvió negra y la piel se hinchó y estalló, fue terrible de ver ". Cruzaron la línea de ferrocarril transiberiano, y Kristina lo hizo asolada por la fiebre. Apretó cada una de las manos de los hombres, y luego cerró los ojos y murió.
Poco
a poco, los campos y los bosques dieron paso a las dunas de arena y
rocas desnudas, y los fugitivos llegaron a su prueba más dura,
un desierto de Gobi sofocante con temperaturas de 40 ° C durante el día, frío terrible por la
noche, y devastadorass tormentas de polvo.
"Caminamos en la oscuridad, y al abrigo del sol bajo nuestras ropas harapientas apoyado en palos", dice Witold. "Los lobos y chacales daban vueltas a nuestro alrededor".
"Conseguíamos agua chupando la escarcha de las piedras en la madrugada. Teníamos tanta sed que incluso bebimos nuestro propio sudor, y algunos bebimos nuestra orina".
"Estábamos desesperados. Todas las actividades durante el día se centraban en conseguir algo para comer.
Había un montón de serpientes, de hasta un metro de largo, que también terminamos comiendo".
El primero en morir fue uno de los soldado polacos. Witold reconoció los signos de escorbuto en dos de ellos. "Caminaron cada vez más despacio, sus piernas se hincharon y podían sacar sus cientes con los dedos". Murieron en el mismo día, el segundo mientras enterraban al primero.
A medida que avanzaban por el Tíbet y el Himalaya, ayudaron en algunas granjas a cambio de comida y alojamiento.
Pero en la subida, pereció otro de los soldados
polacos, cuando estaban en una repisa que se derrumbó bajo él.
Ruta aproximada hacia la libertad
Un guía local los llevó a través de las montañas, a lo largo de caminos tan estrechos que tuvieron que ir de lado, por un paso que conducía a la zona que hoy es Bangladesh.
Witold puede recordar una empinada pista polvorienta, un vehículo militar que se acerca, y luego los uniformados, armados con cuchillos y de temible aspecto. "Me dije a mí mismo: 'Este es el fin". Entonces me di cuenta de que estos hombres estaban bien vestidos y bien disciplinado, definitivamente no eran rusos ".
De hecho, eran los Gurkhas, esperando con una bienvenida muy británica: una jarra de té y un plato de sandwiches de pepino. Después fueron trasladados a un hospital de Calcuta.
El largo camino había terminado. La mayor fuga había concluido, después de 11 meses de caminata y 4.000 km recorridos. Para hacernos una idea, es superior a la distancia entre Madrid y Moscú.
No fue el fin de la guerra de Witold, sin embargo. Cuando llegó a Gran Bretaña, se alistó en las fuerzas polacas que sirvieron en el D-Day y fue herido por la metralla.
De regreso a la vida civil conoció y se casó con Joyce y se convirtió en un trabajador de la construcción.
Fuentes:
Wikipedia
www.sentadofrentealmundo.com
www.mirror.co.uk